
Yo lo soñé. 363 noches. De angustia, nostalgia y dolor.
Teníamos que volver a ser. Pero el camino no era fácil. Era empedrado, rocoso,
montañoso. Como se lo imaginen, pero peor. Nadie
regaló nada eh. Sólo estos muchachos que dieron la cara por otros y por
todos. A ellos, ¡gracias totales!
Porque,
el partido, final ante Almirante Brown, comenzó como un film velado en blanca noche, en el cuál el hijo tenaz del enemigo, hacía uso y abuso de su doble amor a la
camiseta. Mientras el muy verdugo cena
distinguido, esperando vaya ser la final de que, hubo noches de cristal que se hicieron añicos. ¡No lo soñé! ¿ o sí? Porque el destino se enderezó y brindo su
suerte. Y David Trezeguet, nuestro ángel de la soledad, se ofreció mejor que nunca a los cinco
minutos del segundo tiempo y todo el mundo pensó al unísono: ¡No mires por favor y no prendas la luz!, esto
tiene que ser gol. Tiene que ser un poco de aire puro. De ese que se necesita
para respirar humana y dignamente. Y ahí, en ese momento, la imagen se desfiguró.
Un tal
francés, campeón del Mundo y de Europa, dijo: yo te llevó a dónde vós quieras. Y
le destruyó el arco a un Monasterio sin deidad. Ahora, el estallido era otro.
No eran maderitas volando hacia la cabeza vaya a saber de quién hace 363 días. Este film da una imagen exquisita.
Están todos. Juntos. El Pelado Almeyda, el Señor Cavenaghi, bancándose una mala
racha lagrimeando por amor en el banco de suplentes, nuestro Angel ito Trezeguet
y el exquisito (pero ciclotímico) Alejandro Domínguez. Porque estos chicos son como bombas pequeñitas. Se
hicieron camino al andar y se bancaron todo. Mala prensa, autismo y ausentismo
dirigencial y hasta un capricho mercenario desde la tribuna. Nadie puede dudar que este año fue duro y difícil. Para todos y
todas. Hubo que recorrer el peor camino
a la cueva del perico, como si alguien hubiese diseñado un Gps maligno en
el que había que recorrer los 5.000 kilómetros nacionales. Porque eso es el
ascenso. Un camino espinado, difícil y apasionante. Fue complejo hasta para los tipos que acostumbran a no dormir por
la noche…
Por
eso, los ojos ciegos bien abiertos. El montaje final es muy curioso.
Aparece una remera hecha bandera que afirma el 23 de junio, la Resurrección.
Porque, eso fue este River. Un ave Fénix, que se levantó desde las cenizas para
volver a ser, eso que tanto fue. Ver a Trezeguet juguetear en la cancha con
Rogelio Funes Mori (su mejor compañero) es en
verdad realmente entretenido. Se entienden como si hubiesen jugado siempre
juntos. El maestro y el aprendiz. Gracias. Pobre Rogelio, iba en la oscura multitud desprevenido. Hasta que increíblemente se
recuperó en tan sólo un año y ahora puede tiranizar
a quienes lo han querido mucho y no tanto. Porque fue así, yo este final y
de esta manera ¡no lo soñé! Y se ofreció
mejor que nunca. Un errático Cavenaghi (pero enorme a lo largo del campeonato,
dentro y fuera del campo de juego), le dejaba el lugar a un mellizo juvenil
para que explote sus virtudes en tan sólo 45 minutos. Y vaya que lo hizo. ¡No lo soñé! ¿O sí? ¿Cuántas veces?
Ahora todos abran sus ojos ciegos bien
abiertos, que como un loco voy
corriendo a la deriva. Nadie lo podrá entender. Muchos hablarán y otros se
reirán. Pero yo esto lo soñé. Unas 363
veces, me dirán.