Y pasó la semana. Extraña y efervescente como ninguna. Ni las derrotas veraniegas dieron tanta show. Si bien durante la semana pasada hicieron altas temperaturas en Buenos Aires, River se puede decir: vivió siete días vulcánicos. Todos hablaron sobre el nivel mostrado por “
A pesar que otra vez, se volvió a competir en un campo de juega paupérrimo, hubo algunos jugadores que le pusieron tiza a su botín y lustraron el piso. Lucas Ocampos fue uno de ellos. El juvenil quilmeño venía de un muy flojo encuentro en Casanova y ante el “Funebrero”, fue desnivel puro, magia y contundencia constante por el carril derecho. Su gol (el segundo de River) fue una verdadera joyita: enganche entre dos rivales y desde el vértice del área lanzó un misil teledirigido al ángulo derecho del arco que custodiaba Nicolas Tauber. A lo Cristiano Ronaldo dirían algunos. Sin dudas, “Luquitas” mostró todo el repertorio de cualidades, que hizo que los grandes del Viejo Continente se fijaran con lupa en él.
Más allá del triunfo, que sirve y mucho, hay que detenerse en varias cuestiones. Primero lo mucho que le costó, a Fernando Cavenaghi y compañía, desnivelar al conjunto de Felipe De
Y ahí aparece el segundo punto en cuestión. Sin dudas, el Millo demostró ante Chacarita que es un equipo egoísta. O al menos no es solidario. Computando los avances del Millo en el segundo tiempo se puede decir que se despilfarraron por no darle la pelota a un compañero (algo que parece tan sencillo), al menos, unas cinco jugadas claras. Era más que obvio que alguno se iba a enojar. Y pasó nomás. El Chori quiso marcar un gol de mitad de cancha, Cave se enojó y casi se van a las manos. Algo normal entre amigos eh. No hay que dramatizar más allá de lo que sucedió. Pero lo que si es grave, es la cantidad de goles que falló River y ese si es un problema que debe resolver Almeyda para lo que queda del certamen…
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